Los momentos más felices durante la secundaria, se los debo
al futbol. Un día de junio, previo al mundial del 2002 en Corea-Japón, el
primero en celebrarse en dos países, llegó una caravana de Pepsi a la escuela.
Todas las actividades te daban fichas como premio, las cuales canjeabas por
artículos diversos: desde una pluma hasta el balón réplica de uno que habían
firmado las estrellas mundiales de ese momento: Ronaldo, Zidane, Beckham, Kahn,
entre otros. Tenía 13 años y yo no deseaba otra cosa más que jugar futbol. Me
emocionó tanto ver como de momento los patios escolares se convertían en
minicampos de juego, corrí por las amigas, nos enlistamos como la primera reta
en un futbolito de paredes azules acolchonadas y alfombra verde. La mecánica
era sencilla, participaban dos equipos de cinco participantes cada uno, había
un campo para hombres y otro para mujeres, las retas se llevarían a cabo, el
primer equipo en recibir 3 goles, era eliminado, el otro continuaba hasta que un
equipo viniera a meterle 3 goles. Conseguimos 13 partidos y llegó el momento en
que nadie más quiso jugar con nosotros, canjeamos las fichas y conseguimos las
suficientes para obtener tres balones que más tarde poncharía nuestra portera
en los cactus y nopaleras camino a la unidad deportiva, donde jugábamos cada
sábado por la mañana, era una liga femenil de chicas de 12 a 17 años, muchas
secundarias del municipio estaban ahí y ese mismo año ganamos el torneo.
Vivimos dos años enamoradas del futbol, varias veces nos llamaron la atención
por patear balones dentro de la escuela en la hora del receso, mientras
llevábamos el jumper “Son mujeres, se les van a ver los calzones”, nos
advirtieron varias veces algunas maestras. Teníamos un problema, no había quien
nos dirigiera. Y como ha sucedido más de dos veces, desde que tengo memoria,
quise tomar el control. Había otro problema, no sabía cómo ordenar, controlar,
dirigir y entrenar un equipo, por más amateur que era, por más pasión que
teníamos, no pasamos de homologar un puñado de gallinas alborotadas dentro del
gallinero. Carlos, me instruyó, pero me puso el mejor ejemplo: El Toluca. Y más
allá de que fuera el equipo sensación, más allá de los más de cuarenta goles
por torneo y de las humillaciones que proporcionaba a grandes rivales, me
atrapó por algo: jugaban con la misma emoción, se divertían como nosotras los
sábados por la mañana, o las tardes después de la escuela. Era el Toluca, un
equipo sobrio, el futbol mexicano de entonces, no se dejaba impresionar por las
grandes contrataciones, ni el puñado a destajo de jugadores sudamericanos. Los
dirigía La Volpe y el equipo hacía maravillas cada vez que pisaba el campo.
Cardozo, Vicente Sánchez y Sinha, el tridente amenazador de cualquier portería
rival, acompañando en la media, a éste último estaban el Chiquis García,
Octavio Valdéz y Sergio Ponce. Una defensa sólida con Cruzalta, Carmona,
Almazán y Cuberas, ordenados siempre por uno de los mejores porteros de todos
los tiempos en la liga mexicana: Hernán Cristante. Pero fue en Israel López
donde me reconocí, la contención es una posición modesta pero de mucha
responsabilidad, la dinámica del juego se centra ahí, ayuda a recuperar el
balón a darle salida después de la línea defensiva y crear posibilidades de
ataque. El punto extra: el toque del balón es esencial en cada contención.
Disfrutaba ver los goles en tiros libres y de esquina. Todas las tardes
entrenaba el golpeo del balón en tiros libres, escudriñaba los movimientos de
López, para poder aprenderlos y llevarlos al campo. Toluca, desde entonces, se
ha mantenido como ese equipo sencillo pero con el compromiso de responder a su
afición en todo momento, siendo el tercer equipo con más campeonatos en México,
Toluca concentra otros records: Cristante es el portero con más minutos sin
recibir gol, Cardozo es el delantero que con 258 tantos, se posiciona como el
más anotador en un club mexicano, el día de hoy Sinha llegó a 600 partidos con
Toluca y en conjunto el equipo es el más ganador de los últimos veinte años.
Nací a 200 kilometros de distancia de la ciudad de Toluca,
aunque he tenido la oportunidad de ver al equipo en tres estadios diferentes,
nunca lo he visto jugar de local. Y más allá de la corrupción, y de todas esas
cosas que como dice Villoro “envilecen al futbol”, el Toluca siempre tiene esa
capacidad de asombrarnos.
Quince años después, muy lejos ya de la secundaria y de los
sábados de futbol, al ver una cápsula informativa en la tv sobre el centenario
del Toluca, presentaron una infografía que rezaba: “Cuando Toluca FC se fundó,
estaba la primera guerra mundial, eran tiempos de revolución mexicana, JFK aún
no nacía y Juan Rulfo tampoco”. Quizá a Juan Rulfo no le importaba el futbol,
quizá le parecía un deporte superfluo o quizá fue aficionado al Oro. Lo cierto
es que Juan Rulfo y el Toluca tienen en común el mismo lenguaje, la misma
manera de llegar al otro y quedarse hasta el fondo del corazón. Felices cien
años de compartir la alegría por el futbol, Toluca.