miércoles, 24 de agosto de 2016

La era de la (des)información.

«Damas y caballeros, tengo que anunciarles una grave noticia. Por increíble que parezca, tanto las observaciones científicas como la más palpable realidad nos obligan a creer que los extraños seres que han aterrizado esta noche en una zona rural de Jersey son la vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte...» El 30 de octubre de 1938, la emisora de radio CBS en el vecino país de Estados Unidos de América, celebraba el aniversario de la novela "La guerra de los mundos" del británico H.G. Wells. Se tiene registro de poco más de 12 millones de radioescuchas, los cuales, en su mayoría, sufrieron ataques de pánico y ansiedad. Un día después, Orson Welles, quién había narrado en 59 minutos, fragmentos de dicha novela, tuvo que asistir a una rueda de prensa explicando los motivos de dicha emisión.A setenta y ocho años, nos resulta increíble el desconcierto de esa época, pero no podemos demetitar el poder que la radio tuvo en la generación de nuestros abuelos y sus padres. Desde entonces, hasta los primeros años de éste nuevo milenio, la información era presentada, expandida y repetida por escasas personas que al frente de un radio, televisor o medios impresos, detallaban los sucesos mundiales y locales. Si bien, la veracidad de éstas no es el tema de discusión, se subraya la ramificación en la que se esparcía la palabra. La manera de informarse entre nuestros bisabuelos hasta nuestros padres no cambió tanto como lo hizo la tecnología, había "al aire" una autoridad moral que anunciaba los sucesos y las personas emitían los juicios entre otros a manera de breves charlas en el mercado, escuelas, tranporte público y vecindarios. 
 
 La era millenial ha ocasionado una revolución en la manera de comunicarse, la introducción del internet a lo ordinario ha permitido que existan más emisores que receptores. Todos quieren ser escuchados pero nadie sabe escuchar. Todos tenemos un juicio crítico sobre una situación ajena o desconocida. 


«Somos injustos con nuestros héroes.»

El 26 de junio, la selección argentina de fútbol perdió la final de la Copa América Centenario frente a su homóloga de Chile. Inmediatamente comenzó la crucifixión en facebook y twitter, al que por hoy es el mejor futbolista del mundo. Ésto último más allá de ser una "humilde opión", es una verdad que nos aqueja. La memoria colectiva no perdona, ¿es más grande un futbolista que otro sólo por el hecho de levantar una copa más?. Dice Daniel Krauze «Duele saber que nuestros héroes son humanos.» Yo agregaría que en ésta época, duele saberse humano.

La cantidad de información que nos bombardea y que nos consume por día, no representa a la cantidad de la misma que obtenían nuestros abuelos, es aquí donde cabría la pregunta de calidad y cantidad. Se viralizan noticias, videos, blogs, donde apenas el título que en escasos 116 caracteres es leído. Y justo de eso se aprovechan los pequeños o grandes monstruos de los clics, donde un contabilizador de "las veces que se ha compartido" se remunera en dinero electrónico, lo que vende son los títulos sensacionalistas o amarillistas, donde poco o nada tienen que ver con el contenido de la nota. Emitimos juicios sobre alguna noticia que nunca leímos, ponemos palabras en la boca de deportistas, políticos, vecinos y familiares. ¿Es más nuestra prisa por balbucear o textear que la del saber la verdad? ¿puede más nuestro morbo que la libertad?


"Clases de Ipad GRATIS"

Es una de las sentencias que más venden en las escuelas primarias privadas del país. Lo de hoy es enseñar a un niño de 6 a 12 años a usar un dispositivo móvil, pasa a segundo término el saber sumar, leer, escribir, pensar. "Tenemos aplicaciones que todo lo pueden hacer por nosotros". Recuerdo que hace veinte años, mientras jugaba o hacía algunas tareas escolares o domésticas, mis padres se tomaban un descanso frente al televisor, en comparativa, nuestros hijos nos ven o verán frente a un teléfono inteligente. Incluso dejaremos de hacer algunas actividades por atender nuestra urgencia al permanecer conectados. 

Texting while parenting se titula un artículo de estudiantes del posgrado de la Universidad de Washington (Léelo acá) donde presentan estadísticas generales sobre el ejercicio del ser padre en estos tiempos. El 44% de padres encuestados aceptaron que se les dificulta llevar a sus hijos al parque y ponerles atención. En un experimento, el 56% de los adultos no respondió al momento en que un niño deseaba jugar, preguntarle o interrumpirlo mientras éste revisaba su teléfono celular, y sólo el 25% de éste grupo presentó un sentimiento de culpa, mientras que los demás afirman que no tiene repercusión alguna que mientras los niños juegan, ellos pueden ver su correo electrónico, sus redes sociales, llamar o mandar mensajes.


Somos la generación del odio

No ha existido un instrumento más grande de tortura o de incitación al odio que las redes sociales. El empoderamiento de éstas no se compara con el que alguna vez lo tuvo la propaganda nazi. Basta con compartir, escribir o transmitir un pensamiento, una fotografía, un video, incluso en un pequeño círculo de amigos, para que alguien esté descontento. Puede más el sentimiento de aversión que la felicidad ajena. Incluso el sentimiento más puro o más tierno, reunirá opiniones dividas o peor aún, gente que las odie. Hace algunos días, un padre decidió grabar a su hijo, mientras éste lloraba porque su paleta payaso tenía la gomita (que representa la boca) al revés, si bien algunas personas están en contra (y es un punto muy respetable) de exhibir a los pequeños, a otras nos causó ternura, pero aún éste video que tuvo más de 5 millones de reproducciones y se ganó un lote de dulces del mismísimo Ricolino, no se salvó de los haters
Enjuiciamos, mutilamos, crucificamos, flagelamos, expiamos nuestros fracasos en alguien que no piensa, actúa o siente como nosotros. Nos sentimos semidioses porque no robamos como los políticos, porque no vamos al extranjero a dejar en verguenza a nuestro país en una justa deportiva, porque no matamos o lastimamos a un perro, éste sentimiento es capaz de complacernos en nuestra ninguneidad. Desde nuestra trinchera nos presentamos con títulos universitarios a personas que sólo conocemos virtualmente, es más importante "ser alguien en la vida" que tener un nombre. Poco a poco nos vamos separando de la sociedad, al encontrarla vacía, sucia, desesperanzada y sin algo que nos pueda ofrecer. Somos la generación de la exigencia, del todo merecer, del todo creer saber. Nos duele más ver a un perro hurgando entre la basura, que a uno de nuestra especie. Somos una sociedad de feminazis, de animalistas, ambientalistas, ateos, agnósticos, de todo, menos de humanos.
¿Qué proceso de involución continuaremos en ésta época donde todos quieren hablar pero nadie se detiene a escuchar?

Dejo la pregunta abierta.